La gala del pasado sábado me dejó algunos sinsabores que, si no los cuento, reviento. En primer lugar reconozco que las polémicas por cuestiones puramente personales – y me refiero, claro está, al eterno conflicto entre Juanfran y Selina- son un atractivo más del programa y a todos nos gusta saber más de ellos, con quién se llevan bien, con quién no y, en definitiva, conocerlos mejor, pero ¿no se está desviando la atención hacia temas que poco o nada tienen que ver con la copla?
Para ver un reality de convivencia, insultos y malos rollos ya está, por desgracia, Gran Hermano. Yo quiero empaparme de buen cante, disfrutar de grandes interpretaciones y de momentos estelares de esos que estás deseando que cuelguen en Youtube para recordarlos una y otra vez, como fueron las actuaciones de Jonathan o Ana María.
¡Y cómo no, la de Cintia! Ella es la gran incomprendida de esta edición… Siendo flamenca, canta copla “pá rabiar” y pone el alma cada vez que pisa el escenario. Y yo me pregunto, ¿es que toda ese energía, toda esa pasión que derrocha no traspasa la cámara y le llega al público a través de sus pantallas como me llega a mí? Tiene que ser eso, porque si no, no entiendo a qué se debe el poco apoyo que tiene, cuando es, desde mi punto de vista, una artista en potencia.
Yo no entro ni salgo en temas espinosos como si Juanfran merece o no ser el favorito cada sábado, a costa -dicho sea de paso- de llevarse a su paso a grandes concursantes más ¿merecedores? de seguir en el concurso, pero desde luego me indigna que, en cualquier caso, gente tan buena como Cintia o Jonathan tengan que pisar el reto y demostrar lo que llevan demostrando desde el primer día.
Y un último apunte, ¿será posible la reconciliación entre el público y los miembros del jurado? Últimamente cuando el Jurado dice blanco, la audiencia dice negro, y al final ¡donde dije digo, digo diego! La noche termina con un vuelco cada vez más inesperado en la tabla que me deja en shock para dos o tres días. A ver si después de tanta tormenta llega por fin la calma…